martes, 3 de julio de 2012

Verano 2020


2020. Apenas ocho años nos separan de esta cifra redonda, mágica, casi capicúa. En 2020 algunos habremos entrado con holgura en el medio siglo y asuntos que hoy nos parecen dramáticos habrán desaparecido de nuestras vidas (espero). Otras cosas se mantendrán imperturbables, como si nada fuera con ellas. “La imperturbabilidad de los ascensores”, leí hace poco. Es cierto, independientemente de urgencias y alturas, un ascensor se avería siempre que lo considera oportuno. Normalmente, coincidiendo con alguna de las leyes de Murphy.

En 2020, la estadística de ascensores escacharrados probablemente será la misma; sin embargo, algunas cosas importantes de nuestro entorno van a transformarse. Para mí, lo más significativo es el proyecto de I+D+i “Ciudad 2020”. Este proyecto pretende desarrollar un nuevo modelo de ciudad inteligente y sostenible, ecológica y económicamente, en el que la participación de los ciudadanos, junto con las oportunidades de comunicación e interacción ofrecidas por internet y otros dispositivos colocados en red, forman la base capaz de ofrecer servicios públicos ajustados a las necesidades de los usuarios.

“Ciudad 2020” se inscribe dentro del modelo Smart Cities, ciudades inteligentes que hacen uso de las nuevas tecnologías aplicadas en seis áreas: la “ciudad conectada”, energía y eficiencia, movilidad y transporte sostenible, sostenibilidad ambiental, bienestar ciudadano, y, por último, interacción entre el ciudadano y la ciudad.

Liderado por la corporación española Indra, junto a importantes empresas y universidades (Ferrovial, Atos, Fagor, Universidad Carlos III de Madrid y la Universidad de Zaragoza, entre otros), el proyecto “Ciudad 2020” pretende diseñar una arquitectura de comunicaciones para el entorno urbano basada en la internet de las cosas, algo que parece magia y que consiste en dotar a los objetos de la tecnología necesaria para que puedan conectarse e intercambiar información. A cambio, los usuarios ganamos tiempo y, lo que es más importante, bienestar. Con la información en la mano podemos organizar de manera eficiente nuestro día, ir por la ruta menos congestionada, acceder a un servicio sin sorpresas de horarios o, incluso, saber que se nos ha estropeado el ascensor y que están arreglándolo (por cierto, gracias a la internet de las cosas, ha sido la propia máquina la que ha alertado al servicio de mantenimiento en cuanto ha detectado su avería).

Como se ve, el protagonista y destinatario de este tipo de proyectos es el ciudadano. A su disposición se están creando nuevas herramientas tecnológicas que le permitan tomar decisiones sobre el consumo energético de su hogar, el centro de trabajo y los espacios públicos. Pero, además, el ciudadano no es un mero factor pasivo que recibe información, también debe compartirla con las Administraciones para saber qué áreas son objeto de mejora. El ciudadano se convierte así en corresponsable de su ciudad, un “ciudadano social” que participa de la gestión de su entorno. Algo muy parecido ha ocurrido ya en las redes sociales y otros sectores "colectivos" por antonomasia, como son los medios de comunicación y las televisiones. Gracias a los tuits y facebooks en todas sus declinaciones, el espectador ha pasado de ser un objeto pasivo a ser un espectador social. La bidireccionalidad de los nuevos modelos no es poca cosa. De hecho, recupera conceptos que parecían definitivamente olvidados. A algunos les dará reparo leerlo, pero se trata de un ángulo nuevo que alcanza a la desprestigiadísima política. ¿Hay algo más político que decidir qué, dónde y cómo vemos la televisión o de qué manera hacemos las cosas que afectan a la vida diaria?

La política y las vacaciones no suelen llevarse bien, así que volveremos al tema en otoño. Antes de eso, y antes de llegar al verano de 2020, podemos experimentar qué es eso de la corresponsabilidad social visitando las ciudades más verdes de Europa, ciudades “dispuestas para la vida”, según explican en la propia web de la Comisión Europea, artífice de esta iniciativa. Una ciudad verde hace mejoras constantes para favorecer una buena calidad ambiental y un desarrollo urbano sostenible, y, además, actúa como referente para otras ciudades. Hasta el momento, tres ciudades europeas han ganado el premio de la sostenibilidad (Estocolmo, Hamburgo y Vitoria-Gasteiz), y otras dos se preparan para conseguirlo, Nantes, en 2013, y Copenhague, en 2014. Como denominador común, inmensas zonas verdes, abundante uso del transporte público y ciudadanos encantados de ser gestores de su ciudad. Pasear por una de ellas es llegar un poco antes al más apacible de los futuros…


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