Un subidón de bienestar…
Así ha sido el II Congreso Internacional sobre la Felicidad organizado por
el Instituto Coca Cola. Dirigido por Eduardo Punset, el congreso ha contado con
especialistas tan prestigiosos como el psiquiatra Luis Rojas Marcos y el coach
y experto en liderazgo Mario Alonso Puig, entre otros. Pero la presencia que
quizás ha captado más la atención de los medios es la del hombre más feliz de la Tierra. La credencial pertenece
al francés Matthieu Ricard y se la otorgó la Universidad de
Wisconsin después de varios años de estudios neurológicos con Ricard de
conejillo de indias. La felicidad es un estado espiritual, pero también una
cuestión científica que se puede medir con técnicas de imagen que muestran la
actividad cerebral. La de Ricard es armónica, elegante y alegre, una especie de
fitness mental logrado tras años de meditación junto al Dalai Lama, de quien es
asesor y traductor al francés.
Ricard es un atleta de la felicidad, pero, sobre todo, es un
hombre compasivo que no duda en compartir su fórmula mágica, una combinación de
alegría individual y felicidad colectiva. O dicho de otro modo (arrimando el
ascua a este blog): alegres en singular y felices en plural.
La certeza de que la felicidad no es asunto de uno solo
comenzó hace unos años en el ámbito académico. Universidades como Harvard
empezaron a introducir entre sus alumnos la idea de que estaban siendo educados
para acceder a una vida plenamente satisfactoria no sólo para ellos, sino
también para el resto del mundo. El reto estaba –y está- en diseñar la manera
de convertir en realidad el deseo de bienestar individual y colectivo. Organizaciones
políticas y sociales iniciaron también este camino, fascinados por la
experiencia de Bután, el único país del mundo que mide la Felicidad Interior Bruta (con el resultado de pasar de la Edad
Media a la
Contemporánea en apenas unos años). Muy pronto, los países
desarrollados comprobaron que los indicadores económicos no bastaban para
describir el nivel de bienestar y que, además, medir el estado de un país en términos
puramente económicos tenía efectos perversos: si sólo se medían aspectos
económicos, sólo podían acometerse medidas económicas. Necesitábamos algo que
diera sentido a las cifras.
Ese “algo” fue el primer mapa mundial de la felicidad de Adrian White, psicólogo analítico social de la Universidad de
Leicester. White analizó datos publicados por la UNESCO , la Organización Mundial
de la Salud y otras instituciones para crear una proyección
global de la felicidad. La macroencuesta constató la idea preconcebida de que
una buena oferta sanitaria, un PIB alto y un buen acceso a la educación daban
como resultado ciudadanos más felices. Dinamarca, Suiza y Austria copaban, de
hecho, los tres primeros puestos del ránking. En posiciones más bajas de la
tabla, compuesta por 178 registros, aparecen España, en el número 62, y Japón,
en el 90, dos países del G20 antiguamente competitivos y, por lo que se ve, algo infelices.
Sin embargo, algo está cambiando. Los mapas de la felicidad o el Congreso de
Coca Cola son muestras de que queremos y necesitamos sentirnos bien con
nosotros mismos y con los demás. La cartografía de Adrian White es una
importantísima radiografía del bienestar que ayuda a la sociedad a tomar
decisiones. Por su parte, iniciativas como la de Coca Cola nos recuerdan que
ser felices es un estado voluntario que podemos aprender a ejercitar. Aún hay
algo más, la felicidad comienza a ser un objetivo prioritario en la búsqueda de
la prosperidad perdida. Así lo ve Jeffrey Sachs, uno de los economistas más
respetados del mundo, en El precio de la civilización, su nuevo libro, que llegará a España en mayo. La última meta de un ambicioso plan de
objetivos propuesto para el periodo 2010-2020 es precisamente aumentar la felicidad de
los ciudadanos. En sus propias palabras:
“La felicidad debería
verse como el objetivo último de la sociedad: conseguir un mayor nivel de
satisfacción en la vida de las generaciones actuales y futuras. Por eso,
necesitamos mejores mediciones de lo que refuerza el nivel de satisfacción en
la vida, que vayan más allá de los meros ingresos del mercado y que incluyan el
ocio, una buena sanidad, un entorno seguro, y justicia y confianza en la
sociedad”. Con
estas pautas deberíamos empezar a trazar los mapas de nuestra felicidad. ¿Somos
de verdad felices? ¿Qué nos falta? ¿A quién hacemos falta?
Y tú ¿vas a unirte a la búsqueda? ¿Te atreves a ser feliz?
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