jueves, 3 de mayo de 2012

Karmas envenenados. La sociedad de la empatía




Es curioso cómo el lenguaje puede ayudarnos en momentos de confusión monumental. Momentos en los que algo que parecía seguro se esfuma; por ejemplo, un Real Madrid y un Barça perdiendo en las semifinales de la Champions. Hay otros momentos igualmente confusos, momentos en los que las fronteras entre lo que es bueno para uno no parece bueno para el otro. Momentos en que uno cree o hacen que crea que sus necesidades son distintas a las de la persona de al lado. Momentos de recortes cruciales. Momentos, en definitiva, de individualidad supina. Siempre que ando en este tipo de confusiones acudo al diccionario. Busco en el de la RAE la palabra “empatía” y encuentro esta definición: “Identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro”. La pregunta es inevitable, ¿si tuviéramos la mínima capacidad de ponernos en la piel del otro, no mejoraríamos todos? Formulada de manera inocente, de esta cuestión pende la Tercera Revolución Industrial.

La sociedad de la empatía se perfila como el único escenario posible para un nuevo modelo vital que, según algunos pensadores, desembocaría en esta Tercera Revolución. El concepto comenzó a acuñarse tras el descubrimiento de las neuronas espejo, una parte de la anatomía del cerebro de los humanos y de algunos primates (por ahora) que nos permite conocer las acciones de los otros y las motivaciones más profundas que las generan. Esta facultad innata para la comprensión y la interacción, unida a la globalización de las nuevas tecnologías, se convierte en una auténtica autopista hacia entornos colaborativos. Pero no basta con el mero funcionamiento de las neuronas espejo. Hace falta una voluntad de transformación de modelos unida a otras importantísimas variables: la tecnología, la cultura del conocimiento y las energías renovables. La tecnología propicia la expansión del conocimiento y de las relaciones personales. La cultura del conocimiento se hace colaborativa por el convencimiento de que la peor inteligencia colectiva es muy superior a la mejor inteligencia individual. Por último, el acceso a las energías renovables y su redistribución acabarán diseñando un mapa de la riqueza más justo y más limpio. El economista Jeremy Rifkin, principal impulsor de este movimiento, lo plantea de manera clara en “La civilización empática”. “Hoy en día, las tecnologías de la información y las comunicaciones que inauguraron la era de Internet se están utilizando para reconfigurar las redes energéticas del planeta, permitiendo a millones de personas recolectar y producir su propia energía renovable en hogares, oficinas, grandes almacenes, fábricas y parques tecnológicos y compartirla de un extremo a otro a través de redes inteligentes, exactamente igual que producen y comparten su información en el ciberespacio”. Rifkin, en definitiva, apuesta por un desarrollo local para impulsar el cambio a nivel global.

Paradójicamente, lo más complejo de la sociedad empática es el factor humano. El cambio de actitud de una época individual a otra colectiva es un viaje largo y solitario al que, poco a poco, comienzan a incorporarse nuevos seguidores. De hecho, es posible que los adultos de ahora seamos más empáticos que las generaciones anteriores porque la empatía es una consecuencia adaptativa a un mundo globalizado. La tendencia llevada a su máximo desarrollo por internet y las redes sociales es traspasar las barreras de raza, género, religión, cultura y nacionalidad para buscar nuevos contactos y nuevas posibilidades de desarrollo alrededor del mundo. Aplicada a la empresa, la civilización empática se traduce en el reciente auge de la Responsabilidad Social Corporativa, el compromiso con la comunidad y la transparencia informativa. No es sólo un titular; en el último ránking de las 100 empresas españolas con mejor reputación cuentan tanto los criterios de ética y RSC como los puramente comerciales o financieros. Son pequeños pasos en la buena dirección. En la sociedad de la empatía no sólo hay que aparentar ser bueno, sino serlo. Tener un karma limpio de venenos. Nueva incursión en el diccionario. ¿Cómo definir un “karma venenoso”? Seguramente es la “energía nociva derivada de los actos capaz de causar daño”. Eso lo explica todo. Pensemos en la suerte de los equipos españoles durante la última Champions. ¿No es un simple intercambio de karmas envenenados?

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