Es curioso cómo el lenguaje puede ayudarnos en momentos de confusión monumental. Momentos en los que algo que parecía seguro se esfuma; por ejemplo, un Real Madrid y un Barça perdiendo en las semifinales de
La sociedad de la empatía se perfila como el único escenario posible para un nuevo
modelo vital que, según algunos pensadores, desembocaría en esta Tercera
Revolución. El concepto comenzó a acuñarse tras el descubrimiento de las
neuronas espejo, una parte de la anatomía del cerebro de los humanos y de algunos primates (por ahora) que nos permite
conocer las acciones de los otros y las motivaciones más profundas que las
generan. Esta facultad innata para la comprensión y la interacción, unida a la
globalización de las nuevas tecnologías, se convierte en una auténtica autopista
hacia entornos colaborativos. Pero no basta con el mero funcionamiento de las
neuronas espejo. Hace falta una voluntad de transformación de modelos unida a
otras importantísimas variables: la tecnología, la cultura del conocimiento y
las energías renovables. La tecnología propicia la expansión del conocimiento y
de las relaciones personales. La cultura del conocimiento se hace colaborativa
por el convencimiento de que la peor inteligencia colectiva es muy superior a la
mejor inteligencia individual. Por último, el acceso a las energías renovables
y su redistribución acabarán diseñando un mapa de la riqueza más justo y más
limpio. El economista Jeremy Rifkin, principal impulsor de este movimiento, lo plantea
de manera clara en “La civilización empática”. “Hoy en día, las tecnologías de la información y las comunicaciones que
inauguraron la era de Internet se están utilizando para reconfigurar las redes
energéticas del planeta, permitiendo a millones de personas recolectar y
producir su propia energía renovable en hogares, oficinas, grandes almacenes,
fábricas y parques tecnológicos y compartirla de un extremo a otro a través de
redes inteligentes, exactamente igual que producen y comparten su información
en el ciberespacio”. Rifkin, en definitiva, apuesta por un desarrollo local
para impulsar el cambio a nivel global.
Paradójicamente,
lo más complejo de la sociedad empática es el factor humano. El cambio de
actitud de una época individual a otra colectiva es un viaje largo y solitario
al que, poco a poco, comienzan a incorporarse nuevos seguidores. De hecho, es
posible que los adultos de ahora seamos más empáticos que las generaciones
anteriores porque la empatía es una consecuencia adaptativa a un mundo
globalizado. La tendencia llevada a su máximo desarrollo por internet y las
redes sociales es traspasar las barreras de raza, género, religión, cultura y
nacionalidad para buscar nuevos contactos y nuevas posibilidades de desarrollo alrededor
del mundo. Aplicada a la empresa, la civilización empática se traduce en el
reciente auge de la Responsabilidad
Social Corporativa, el compromiso con la comunidad y la
transparencia informativa. No es sólo un titular; en el último ránking de las 100 empresas españolas
con mejor reputación cuentan tanto los criterios de ética y RSC como los
puramente comerciales o financieros. Son pequeños pasos en la buena dirección. En la sociedad de la empatía no sólo hay
que aparentar ser bueno, sino serlo. Tener un karma limpio de venenos.
Nueva incursión en el diccionario. ¿Cómo definir un “karma venenoso”? Seguramente
es la “energía nociva derivada de los actos capaz de causar daño”. Eso lo
explica todo. Pensemos en la suerte de los equipos españoles durante la última Champions.
¿No es un simple intercambio de karmas envenenados?
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